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Siguiendo una costumbre no escrita, las colaboraciones veraniegas de esta sección las hemos dedicado en los últimos años a sugerir propuestas de viaje, bien sea a enclaves navarros o limítrofes. Si eso pareció oportuno en el pasado, lo es mucho más en la actualidad, en el que la crisis ya no es una amenaza que se cierne sobre nuestra sociedad y nuestras familias, sino una incómoda inquilina de nuestros hogares que, además, no viene solo de visita, sino que pretende instalarse y permanecer.
La fecunda trayectoria de la Institución Príncipe de Viana, desde su nacimiento en 1940, ha hecho que lo esencial del patrimonio navarro esté salvado. Pero la crisis, que se ha cebado de forma muy explícita en los menguantes presupuestos de Cultura de los cuatro últimos años, ha afectado y mucho a las partidas destinadas a la restauración del patrimonio. De ahí que no sean muchos en los últimos años los edificios que han sido objeto de actuaciones especialmente relevantes: el nuevo albergue de peregrinos de Roncesvalles, la fachada de la catedral de Pamplona, la iglesia-fortaleza de Ujué, la iglesia de San Pedro de la Rúa y el castillo de Marcilla.
Por la importancia histórico-artística del edificio, el monto económico de su actuación y la singularidad del programa llevado a cabo, sobresale este último, recientemente inaugurado.
El castillo de Marcilla es una recia edificación de planta cuadrada, con robustas torres prismáticas en las esquinas y una más intermedia en tres de los frentes del palacio. Rodea todo el perímetro un foso seco, de unos 15 metros de ancho y 3 de profundidad en el que sobresale un gran talud de piedra de sillería sobre el que se asientan los muros de ladrillo, que están rematados en matacanes corridos con arquillos ojivales.
Iniciado por mosén Pierres de Peralta “el viejo”, fue el centro del mayorazgo de Marcilla, fundado en 1438 para su primogénito Pierres de Peralta “el joven” y jugó un papel relevante en las luchas de agramonteses y beaumonteses, en el siglo XV, la conquista de Navarra en el siglo XVI, con la decisiva intervención de Ana de Velasco para salvarlo de la demolición, y su posterior conversión en cabeza del marquesado de Falces, hasta que fue adquirido por el Gobierno de Navarra en 1977.
Comenzó entonces una larga etapa de rapidísima degradación interna de la que son testigos buena parte de los vecinos de Marcilla. ¿Qué hacer con el castillo? Se barajaron las más diversas propuestas: desde parador de turismo a museo; desde espacio deportivo, liberado todo su interior, a centro municipal que reuniera buena parte de las actividades cívico-públicas de la población.
Afortunadamente, la sensibilidad de las administraciones implicadas, el empuje de la Asociación de Amigos del Castillo, la insistencia de las autoridades municipales y la paciencia del vecindario han hecho posible el milagro. Porque milagro es que hoy, el viejo recinto medieval sea más que nunca el corazón de la villa. El ayuntamiento, el salón de actos, las biblioteca y la escuela de música le garantizan al castillo vida propia, afecto ciudadano y un futuro prometedor.
Todo ello con un alto coste para el conjunto de los navarros y marcilleses que es preciso recordar: 10.584.998 euros (1.757 millones de pesetas) de los que el Gobierno de Navarra ha financiado el 88,8%, el ayuntamiento de Marcilla el 9,1% y el Gobierno de España el 2,1%.
Para conseguir este objetivo, el castillo ha sido prácticamente rehecho en su estructura interna, con una interpretación elegante y sobria, que solo se ha permitido algún desahogo en los espacios estéticos de mayor interés: la escalera, la capilla y la sacristía.
Marcilla ya tiene su castillo, más que nunca la casa común de todos sus vecinos. Hace falta que Navarra lo haga suyo y lo integre en su imaginario, como lo hizo con su vecino el de Olite. Para conseguirlo, lo mejor es comenzar con una visita. Merece la pena.
Por Román Felones en El Valor de la Palabra. Publicado en Diario de Navarra, 12/7/2012